Queremos renovar el bien sin nombrar el mal

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Samuel Fuentes
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25/10/2025
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3 mins

El anhelo de una renovación moral

Mientras más converso con amigos, y reflexiono sobre la vida que llevo, más me inquieta la idea de que hemos arraigado una hipocresía en nuestra conciencia. Anhelamos un retorno al carácter y al orden moral de antaño, a un estándar de virtud firme que contenga, limite y obligue a tratarlos con amabilidad, sin importar nuestras diferencias, a apartar tiempo de nuestro día par servir de apoyo a un amigo entero, a pagarle la cena a seres queridos que invitamos a salir, etc. Sin embargo, no estamos dispuestos a rendirnos a convicción inquebrantable y la responsabilidad que ese mismo llamado implicaría. Nuestra generación predica la necesidad de proteger a ellos quienes no se pueden defender, pero son rápidos a justificar el aborto desde que la responsabilidad y consecuencias de tener un bebé son insertadas a la ecuación. Los hombres predicamos la importancia de ser íntegro y honesto, hasta que se trata sobre las finanzas de nuestra empresa, donde mentimos y engañamos, por el simple hecho de que todo el mundo lo hace, y nos impactaría el bolsillo.

El sociólogo James David Hunter lo expresa de manera brillante al afirmar:

The Death of Character: Moral Education in an Age Without Good or Evil |  Institute for Advanced Studies in Culture
“Queremos una renovación del carácter en nuestro tiempo, pero en realidad no sabemos lo que pedimos. Tener una renovación del carácter implica una renovación de un orden doctrinal que constriña, limite, obligue y exija. Este precio es demasiado alto para que lo paguemos como cultura. Queremos carácter, pero sin convicción inquebrantable; queremos una moral firme, pero sin la carga emocional de la culpa y la vergüenza; queremos virtud, pero sin justificaciones morales específicas que inevitablemente ofenden; queremos el bien sin tener que nombrar el mal; queremos decencia sin la autoridad que la imponga; queremos una comunidad moral sin restricciones a la libertad personal. En resumen, queremos lo que es imposible tener en los términos en que lo deseamos.”

La contradicción de la moral moderna

Cuando hablamos de moralidad, incluso para el no creyente resulta sencillo reconocer que poseer un carácter moral es esencial para vivir una buena vida. Nos resulta difícil considerar exitoso a un hombre que es infiel a su esposa o elogiar a quien abusa de sus hijos y se entrega a los excesos. En estos casos, el éxito parece inseparable de nuestras nociones de bien y mal.

Sin embargo, en el ámbito laboral la situación cambia radicalmente. Allí es posible ascender y alcanzar reconocimiento social con una moralidad distorsionada, ajena a los verdaderos principios del bien y del mal. Nos consideramos hombres íntegros porque no ocultamos nada a nuestras esposas o hijos, pero en el trabajo ocultamos los valores reales de los contratos para pagar menos impuestos. Justificamos estas acciones alegando que ese dinero habría terminado en manos corruptas, y que nosotros lo usaremos para fines más nobles, como alimentar a nuestra familia. Pero al hacerlo, solo revelamos nuestra idolatría hacia el dinero y la profunda brecha entre nuestra supuesta moralidad y nuestra cosmovisión real.

La raíz de la moral: la cosmovisión

La moralidad existe para responder a las preguntas que se encuentran en el centro de los problemas más esenciales de la vida. Nos planteamos interrogantes que nos ayudan a discernir entre el bien y el mal, y construimos un sistema ético que define el proceso mediante el cual llegamos a esas conclusiones. No podemos formular una cosmovisión coherente sin responder estas preguntas fundamentales.

Aun así, todos poseemos una cosmovisión: un conjunto de lentes a través de los cuales interpretamos la realidad. Consciente o inconscientemente, todos respondemos a preguntas de metafísica, epistemología, ética y antropología, y en esas respuestas se revela quiénes somos y en qué creemos realmente.

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